13 de mayo de 2015

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Jesucristo. Y habitó entre nosotros

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INTRODUCCIÓN

En los últimos años se pueden ver con cierta frecuencia, quizás no toda la que nos gustaría, niños pequeños con carita de raza asiática, o latinoamericana, que van de la mano de unos adultos que no son de su misma raza o color. Muchos matrimonios que o no pueden tener hijos o teniéndolos toman esta decisión, hacen un largo recorrido burocrático para adoptar un niño, y ante la imposibilidad de hacerlo en España, lo adoptan de un país asiático, sudamericano o del este europeo.

La adopción se ha convertido en una solución generosa para aquellos matrimonios que no quieren encerrarse en sí mismos y que encuentran dificultades para la fecundidad. Los padres llenan ese hueco que produce el espíritu paternal cuando éste no tiene frutos. Y los niños salen de situaciones tristes y de ambientes que no les ayudan a su crecimiento personal, por que les falta lo que es más importante para sus vidas, el amor de unos padres.

Con palabras de Juan Pablo II podemos añadir: 'adoptar niños, sintiéndolos y tratándolos como verdaderos hijos, significa reconocer que la relación entre padre e hijos no se mide sólo sobre parámetros genéticos. El amor que genera la adopción es ante todo don de sí mismos. Es una 'generación que acontece a través de la acogida, la atención y la entrega. (...)Cuando, como en la adopción está también jurídicamente tutelado, en una familia establemente unida por el vínculo matrimonial, se asegura al niño un clima sereno y afectuoso, tanto paterno como materno, del que el niño necesita para su pleno desarrollo humano' (Discurso 5 de septiembre de 2000).

Todos conocemos matrimonios que han adoptado o se están planteando la adopción de algún niño. Siempre vemos que la relación que existe entre esos hijos y los padres, e incluso con el resto de la familia, nada tienen que envidiar a la relación que se da entre padres e hijos naturales. Los padres se abren a la vida de una forma nueva, pero no menos generosa. Los hijos encuentran el calor de hogar entre aquellos que de una forma libérrima les han acogido en su casa.

Los cristianos tenemos una gran experiencia de lo que significa la adopción. Con el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres se nos ha dado a conocer el amor de Dios que se abre a nosotros para hacernos hijos suyos: 'Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!' (1 Jn 3, 1).

EXPOSICIÓN DOCTRINAL

1. Y, MARÍA, DIO A LUZ A SU HIJO PRIMOGÉNITO (Lc 2, 7).

Así de sencillamente nos describe san Lucas el momento en el que el Verbo de Dios abre los ojos humanos al mundo que Él mismo había creado.

Este mes de diciembre celebramos el nacimiento de nuestro Señor. Los días anteriores a Navidad, estaremos muy afanados preparando cosas y haciendo compras. pero no podemos perder de vista lo fundamental. La Navidad es el momento en el que Dios esconde su naturaleza divina tras la humanidad y se nos presenta en la forma de un niño.

El lenguaje a veces nos traiciona y debemos estar precavidos. El Señor no toma forma humana, sino que realmente se hace hombre como nosotros, y lo hace como cualquiera de los hombres viene a este mundo, naciendo de una mujer, como un niño indefenso y necesitado.

Dios nace entre los hombres como un niño, y lo hace para que todos nos acerquemos a Él sin miedos. Nos enseña desde el primer momento que el amor que nos tiene no lo quiere imponer, sino que lo ofrece a aquellos que con ojos limpios son capaces de descubrirlo en su fragilidad. Como los pastores estamos invitados a acercarnos al pesebre que sirvió de primer trono al Rey de reyes y contemplar la estampa más paradójica que nunca haya podido existir: Dios se hace hombre, el Todopoderoso asume la fragilidad, la Eternidad es ahora temporal, el Creador se hace criatura, la Sabiduría se hace necesidad. Así es el amor de nuestro Padre. Todos nos acercamos a este momento y lugar con el asombro propio que produce nuestro pecado. Ante un Dios que responde así a nuestra ingratitud, a nuestra deserción, no nos quedan palabras, sino admiración y silencio, el silencio de la oración personal fruto de un convencimiento: el misterio de Dios se hace presente a nuestros sentidos, pero sigue siendo insondable, supera con creces todos nuestros racionamientos. Así se comporta nuestro Dios con nosotros.

Las fiestas de Navidad nos tienen que ayudar a ser más contemplativos, más capaces de entablar y profundizar nuestra amistad con Dios. Es más fácil acercarnos con humildad a Dios descubriéndole en el pesebre donde está recostado. Se nos hace más accesible, más cercano, más tierno. Años después el mismo Cristo nos dirá que hay que se como niños para alcanzar el Reino de los cielos, o que Dios revela sus misterios a los sencillos. Para adentrarse en el misterio del Nacimiento de Jesús hay que abrir los ojos del alma como los niños, dejar que el corazón se asombre, rechazar nuestros criterios complicados.

La Navidad no es sólo cosa de niños, es cosa de personas que saben dejarse amar por Dios. Todos podemos gozar de estas fiestas. A todos se nos manifiesta Dios, y todos estamos llamados a descubrir su grandeza, 'en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace' (Lc 2, 14).

2. LE ACOSTÓ EN UN PESEBRE, PORQUE NO TENÍAN SITIO EN LA POSADA (Lc 2, 7)

La cueva donde nace Cristo es también cátedra desde la que Dios nos enseña. No es un tópico, ni una demagogia plantearnos en serio el desprendimiento con el que el Verbo eterno del Padre asume desde el principio su condición humana.

Él no tiene dónde nacer, le recluyen en una cueva de animales. Nuestra Señora acepta dar a luz en el lugar donde nacen las bestias. Es la primera enseñanza que sacamos del relato evangélico. Y es también la primera llamada a la conversión. Mientras nosotros buscamos la comodidad y el vivir cada día con más cosas, Dios prescinde de todo lo que los hombres llamamos necesario.

La pobreza que el Señor nos exige para acercarnos no es la de la renuncia de todo bien material. Los pobres a los que Cristo llama bienaventurados son los que viven con desprendimiento del corazón de los bienes. Dios mismo quiere nuestro bienestar también material, pero no quiere que nos dejemos llevar por el apego a las cosas. El corazón debe estar desprendido, ser capaz, como Pablo, de vivir en la opulencia y en la pobreza, generoso para dar y darse a los demás, especialmente a los que más necesidad tienen, tanto material como espiritual, dispuesto a rechazar las tentaciones de avaricia y de envidia, agradecido por los bienes con los que el Señor nos ha querido bendecir...

Es verdad que la escena del nacimiento del Señor nos remueve el corazón y nos ayuda a hacer un examen serio de conciencia. Pero no nos puede quitar la paz. Nos acercamos con espíritu contrito al Dios encarnado y le ofrecemos lo que somos y tenemos, puesto que Él nos lo ha dado. Como los pastores, acudimos al Portal con el deseo de renovar nuestras vidas junto a Jesús, y volvernos a nuestros quehaceres cotidianos con unas actitudes nuevas.

Muchas veces el desprendimiento que nos pide el Señor no es el de los bienes materiales, que no tenemos, sino que nos pide el desprendimiento de nosotros mismos - 'el que quiera ser mi discípulo, que se olvide de sí mismo...'()-. A veces lo que más nos ata el corazón es el prestigio personal, el querer quedar bien ante los demás. Ser pobres en el espíritu implica dar tiempo a los demás, dejarnos complicar por las exigencias de nuestra fe, rechazar las excusas que nos inventamos para no hacer lo que se nos pide en el plano de nuestra vida interior o de la vida apostólica, cuando no son verdaderas razones. Claro que el nacimiento de Cristo en Belén nos cuestiona muchas de nuestras actitudes, Cristo ha venido a recrear lo que había sido destruido por el pecado del primer Adán, ha venido a reconstruirnos a cada uno de los hombres por dentro.

3. LES DIO PODER DE HACERSE HIJOS DE DIOS (Jn 1, 12)

'El Espíritu Santo, que el Padre envió en el nombre del Hijo, hace que el hombre participe de la vida íntima de Dios; hace que el hombre sea también hijo, a semejanza de Cristo, y heredero de aquellos bienes que constituyen la parte del Hijo (cf. Gál 4, 7).' (TMA 8).

El nacimiento del Hijo de Dios en Belén nos hace a nosotros hijos también del Padre. '(La Palabra) vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre' (Jn 1, 12). Sólo Cristo es Hijo de Dios, nosotros somos hijos de Dios por adopción, participando del Unigénito. Por ello 'es necesario que la misma Iglesia sea siempre consciente de la dignidad de la adopción divina que obtiene el hombre en Cristo, por la gracia del Espíritu Santo, y su destino a la gracia y a la gloria' (RH, 18).

Cuando afirmamos nuestra filiación divina, no hablamos de modo piadoso, sino real. Somos hijos. Si la generación humana da como resultado la paternidad y la filiación, de modo semejante aquellos que han sido engendrados por Dios son realmente hijos suyos. Esta realidad incomparable se inicia en el Bautismo donde tiene lugar el nacimiento a una vida nueva, que antes no existía. Ha surgido una nueva criatura (2 Cor 5, 17), por lo cual el recién bautizado se llama y es realmente hijo de Dios. Y lo somos porque la vida de Dios corre por nuestra alma en gracia (2 Pe 8, 4). Esta filiación es tan real como la que recibimos de nuestros padres humanos. Pero tiene un sentido incluso más alto que la filiación humana, puesto que nos está hablando de que somos 'participantes de la naturaleza divina' (2 Pe 1, 4). Las consecuencias de esta realidad son tantas que realmente cambia radicalmente la vida de quien es consciente de esta nueva condición.

4. LE ENVOLVIÓ EN PAÑALES (Lc 2, 7)

Junto al Hijo de Dios hecho hombre está su Madre, María. Ella es quien trae al mundo al Redentor, y la primera junto a José en contemplar al Dios humanado. Ella le envuelve en los pañales y le reclina en el pesebre. Ella es quien primero besa al Niño Dios. Por eso estas Navidades debemos acudir a la 'escuela de la Virgen' donde aprenderemos a contemplar a Dios, a amarle, a convertir nuestro amor en obras, a presentar al Hijo del Padre a todos los hombres de buena voluntad.

Si al final de todos los retiros procuramos poner nuestros ojos en la Santísima Virgen, no podemos dejar de hacerlo en el que corresponde al mes de diciembre, en el que celebraremos la fiesta grande de la Inmaculada Concepción de María, primer fruto y don de la Encarnación del Verbo, y la fiesta del Nacimiento del Señor de la Virgen María. Ella es la que se declara a sí misma 'esclava del Señor' y sin embargo es su Madre, y, como un detalle especial de Dios, también Madre nuestra.

EXAMEN

- ¿Pongo en mi casa el Belén? ¿Lo hago con cariño? ¿Procuro que esté en un sitio visible y 'clave' para que todos lo puedan contemplar?
- ¿Contemplo la escena de la Natividad del Señor con frecuencia? ¿Me dirijo a Jesús Niño con confianza, con delicadeza, con cariño de hermano?

- ¿Considero frecuentemente cada día la filiación divina? Saberme hijo de Dios ¿Me hace tener confianza en el Padre? ¿Me ayuda a cambiar de actitudes y a convertirme con deseos de ser buen hijo de Dios?

- ¿Cómo vivo la pobreza? ¿Se me apega el corazón a los bienes de la tierra? ¿le pido al Señor el desprendimiento necesario para acercarme a Él? ¿Qué es lo que más me cuesta dejar en manos de Dios? ¿Doy ejemplo ante los demás de sobriedad y austeridad en el uso de los bienes materiales?

- ¿Me influye mucho la opinión de los demás para hacer las cosas? ¿Me dejo llevar del 'qué dirán'? ¿Estoy preocupado por mi renombre, mi prestigio? ¿Soy generoso con mi tiempo? ¿Sé dedicarlo a los demás? ¿Tengo esa 'disponibilidad abnegada' que describe mi pertenencia a Acción Católica?

- ¿Procuro ayudar a mis colegas de trabajo, a mis familiares y amigos a acercarse a Dios? ¿Pongo los medios que están a mi alcance para que surja en ellos el amor de Dios? ¿Les llevo al Sacramento del Perdón?

- ¿Aprendo de María en el trato con Jesús? ¿La invoco con frecuencia como Madre? ¿Le agradezco su generosidad y su protección? ¿Intento crecer cada día en mi amor hacia ella?


TEXTO

La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la "Primera Alianza" (Hb 9, 15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.

San Juan Bautista es el precursor (cf Hch 13,24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf Mt 3,3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf Lc 7, 26), de los que es el último (cf Mt 11,13), e inaugura el Evangelio (cf Hch 1,22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf Lc 1, 41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf Mc 6, 17-29).

Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf Ap 2, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).

Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

La Virgen da hoy a luz al Eterno
Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban
Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros,
Niño pequeño, ¡Dios eterno!
(Kontakion, de Romanos el Melódico)

"Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf Mt 23, 12) de lo alto" (Jn 3, 7) "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":

O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad).

Catecismo de la Iglesia Católica, 522

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